viernes, 26 de agosto de 2016

ROSARIO ANTI VIOLENTA

LA INSEGURIDAD Y LA VIOLENCIA


MILES DE PERSONAS, AYER, SE MANIFESTARON CONTRA LA FALTA DE SEGURIDAD EN ROSARIO. MILES DE GENDARMES VENDRÁN A LA CIUDAD, COMO CLARA MUESTRA DEL FRACASO DE LOS 33 AÑOS DE "DEMOCRACIA" CONSECUTIVOS DE LA ARGENTINA. SOBRE EL TEMA HAY MUCHO PARA DECIR. RÍOS DE TINTA PARA OPINAR. LA PREOCUPACIÓN DE LA GENTE ES GENUINA. NO ME PARECE UN TEMA MENOR. POR TAL MOTIVO CREO CONVENIENTE FIJAR POSICIÓN AL RESPECTO. A LOS QUE SE ABURREN CUANDO VEN MAS DE TRES O CUATRO PALABRAS SEGUIDAS, LES PIDO DISCULPAS Y NO LES RECOMIENDO LAS CARILLAS QUE SIGUEN.

El delito no es nuevo en la historia del hombre. Tiene prácticamente la edad nuestra. Y la violencia está en su esencia. Un modo primitivo del delito, el robo, requiere de la violencia. Sabemos que, desde las cavernas, un hombre se apropiaba de los alimentos y hasta de la mujer de otro tras vencerlo en una lucha que probablemente terminara con la muerte del derrotado. (La ley del más fuerte)
Las formas fueron cambiando. Aparecieron los Estados, las leyes. Los modos delictuales se diversificaron y se refinaron. Sin embargo, llegamos al presente con la violencia como protagonista relevante de muchos delitos, algunos de los cuales terminan con heridas o con muertes.       
Por diversas causas, no todos los seres humanos evolucionamos en igual sentido y velocidad. En esa diferenciación hallamos personas agrupadas en etnias o en regiones  que, según grupo etario, procedencia, etc. son más o menos afectas a algunos hábitos. Un amigo de mi padre solía bromear y, refiriéndose a determinada provincia, decía: “Segundo premio de la rifa: un Ford Falcon,… primer premio: un facón”. Era una broma, pero reflejaba una realidad: El valor que allí se le daba (y se le da) al cuchillo, que no solo se utilizaba para faenar animales, defenderse de estos, apartar malezas, sino también para resolver conflictos interpersonales. La violencia siempre presente.                             

El rosarino, como cualquier nativo del punto del mapa que quiera señalarse, tiene defectos y virtudes. Sin embargo, la violencia no es, históricamente, un rasgo distintivo de la región. ¿Cómo se explica, entonces, que seamos una de las ciudades más violentas e inseguras del País?  
Continuando con esta línea de razonamiento, sin ponernos a sociólogos, y sin darle a la argumentación que sigue el carácter de único motivo de este fenómeno, aportamos una mirada más a la problemática: Así como a fines del siglo XIX  albergamos a célebres mafiosos, (“Chicho Chico”, “¨Galiffi”, etc.) ninguno de ellos oriundo de nuestra ciudad, (o sea: violencia importada) actualmente, si bien la cuestión es más compleja, hay similitudes con aquella circunstancia. Debido a las políticas aplicadas por la Dictadura, a partir de la segunda mitad de la década de los 70  muchos habitantes de varias provincias, para no morir (literalmente) de hambre, tomaron lo poco que tenían y migraron. Los de  mejor situación social, (los menos) al extranjero. La mayoría intentó hallar mejor destino en Buenos Aires, Rosario, y, en menor medida, en otros pocos centros urbanos del País. Lo hicieron como pudieron, asentándose en lugares inundables en algunos casos, linderos con basurales en otros, o sea lejos de condiciones mínimamente dignas. Luego fueron comunicándose con familiares y amigos que aún residían en sus localidades de origen. Los pro del nuevo lugar eran más que las contras. Los nuevos habitantes de las grandes ciudades aumentaban y se agrupaban en nuevos e improvisados barrios. Los funcionarios políticos, lejos de advertir el fenómeno de aquel presente y el que sobrevendría, apenas atinaron a tomar algunas medidas paliativas para morigerar la flagrantemente precaria situación económico social de estos nuevos grupos urbanos.                     

Llegaron los años 90. El Banco Mundial declaró por entonces “Unidades Geoeconómicas Inviables” a todo el Noreste y Noroeste argentinos. Esto volvió a generar una importante ola de migraciones interna. Los nuevos pobladores de la ciudad aumentaron de un modo dramático. La Rosario que a comienzos de los 70 tenía unos 700.000 habitantes, en el censo de 2.010 acusó cerca de 1.000.000. Es decir: además del crecimiento vegetativo, tenemos unos 200.000 entre “nuevos vecinos” e hijos y ya nietos de algunos de esos nuevos vecinos. Por otra parte, los años 70 no eran iguales a los 90, en los que la violencia y su principal “exacerbante”, la droga, comenzaban a enseñorearse mundialmente. Las enormes asimetrías sociales son fabricantes de violencia, acá y en cualquier lugar del planeta. Que haya pobres es violencia. Sumémosle a esto la anécdota de la rifa con un cuchillo como premio... 

Los sitios de residencia de estos nuevos vecinos, mayoritariamente son villas miseria, o sea guetos. Eso es violencia. Cuando los Gobiernos municipal, provincial o nacional dicen abordar el problema de la vivienda, abren calles para mejorar en algo la vida en esas villas, o construyen barrios, generalmente marginales y de baja calidad, los pintan y no arreglan sus cloacas y apilan gente en ellos; lejos de integrar a la gente, la aíslan. Y sigue la violencia, habiendo en Rosario más viviendas vacías dedicadas a la especulación inmobiliaria que familias viviendo en villas miseria                                                                                                            
Uno de los principales inconvenientes es la falta de integración social. Y no hay modo de lograr una completa integración social si no hay una real integración territorial. Si no se termina con las villas miseria la integración no será posible. Integrar al otro es invitarlo a mi mesa, no darle la comida que me sobró. Es tenerlo como vecino, no tirarlo en el terreno lindero. Y aquí viene un necesario mea culpa, que tiene que ser puntapié inicial de un cambio. 
¿Cuánto de culpa y responsabilidad tuvimos los rosarinos, cuando vimos en nuestros nuevos vecinos de los 70 provenientes del NEA y NOA a albañiles, changarines, cortacéspedes, limpiabaños, sirvientitas, etc. en lugar de ver personas? ¿Nos importó que vivieran en ranchos de lata y arpillera, que anduvieran descalzos en pisos de tierra, que tuvieran que abandonar sus escasas pertenencias cada vez que las aguas subían y los inundaban? ¿Nos preocupó su falta de capacitación para luego lograr un trabajo, o la asistencia de sus hijos a la escuela? Y ni hablar de nuestra actitud de los 90 para acá. Esta segunda migración fue recibida por una ciudad más hostil que la de dos décadas atrás. Se los discriminó descarnadamente. Nunca tuvieron oportunidad de sentirse, aunque más no sea, un poquito rosarinos. “Adonde fueres haz lo que vieres” dice un viejo y acertado refrán. ¿Cómo alguien va a asimilar mis costumbres si se las oculto, si para mi es simplemente un “negro de mierda”? Si casi no lo considero un ser humano… Entonces, además de hacer lo que pudieron para sobrevivir, (“cuidacoches”, “cartoneros”, etc.) lejos de aquel “haz lo que vieres”, hicieron, y hacen, lo que les vino en ganas. ¿Está bien? Claro que no. Pero algún motivo tuvieron, y tienen. Vienen sufriendo años de discriminación.                                                                                     

A esta altura quisiera preguntar: ¿Por qué no sufrieron igual desprecio, rechazo y discriminación los miles de jóvenes migrantes provenientes de unos 150 kilómetros a la redonda que, por cinco o seis años vienen a estudiar a nuestra ciudad y, en muchos casos, terminan radicándose aquí definitivamente. Salvo algún chiste aludiendo a su carácter de chacarero, nunca fueron discriminados. Se adaptaron con facilidad a costumbres y modo de vida rosarinos. Al poco tiempo de estar acá, aprenden que las puertas traseras izquierdas de los taxis no se abren, que nuestros “boliches” tienen horarios distintos a los de sus pueblos, y poco más. La integración se da naturalmente. En un mismo grupo de estudio hallamos tanto rosarinos como “pueblerinos”.Y todos contentos.                                ¿Será que muchos de ellos son rubios, altos, esbeltos, lindos para formar pareja con nuestra descendencia? ¿Será que un “pobre” chacarero de la pampa húmeda, con un campito propio de solo 50 hectáreas tiene un patrimonio que, (saque Ud. la cuenta, a 20.000 dólares la Ha.) la mayoría de los rosarinos no veremos nunca todo junto, y evaluamos la billetera? ¿Será que nos molestan los colores oscuros? ¿Será que somos tan mala gente? ¿Tan primitivos? 

No hacer ruidos que puedan molestar a un vecino, no arrojar papeles en la vía pública o en un colectivo, comer con cubiertos, apreciar la buena música (la trova rosarina, por ejemplo) la buena lectura, (que alguien no entienda a Borges es perverso. Puede o no agradarle, esa es otra cuestión pero, aunque ni siquiera lo sepa, tiene derecho a comprenderlo) crecer culturalmente, no pasar semáforos en rojo con la motito, resolver los conflictos interpersonales dialogando civilizadamente o, en el peor de los casos en tribunales, y no a golpes o con armas, (y no hablo de ser un pusilánime incapaz de violentarse si alguien manosea a su novia, por citar un ejemplo fácil de comprender) presentar un currículum con un domicilio digno, son cosas casi imposibles de lograr si se vive en una villa miseria.                                                                                                   
Si una persona no se cría en un hogar violento, no tiene un entorno violento, y posee estudios universitarios o terciarios, o un empleo digno con una remuneración justa, es altamente probable que no sea violenta. El acceso a cultura, educación, trabajo, y vivienda digna lo resuelve casi todo.     
Y hablo de verdadero acceso a la cultura, considerada esta como conjunto de conocimientos que permite desarrollar el juicio crítico.                                                                           
Quien se ocupa de una actividad artística y antes de completar un trazo sobre el lienzo, una partitura, o la letra de una poesía, piensa si esto le va a gustar a mucha gente, no merece el menor respeto. Desvirtúa el arte y la cultura. No es lo mejor que la Secretaría de Cultura de nuestra provincia auspicie manifestaciones paridas de la manera descripta. Sin embargo, con una gran hipocresía, lo hace. Sino, recordemos qué grupo “musical” fue el principal representante santafesino en el festival de Cosquín de este año. El arte, como la matemática, la justicia, y tantas otras cosas, no sigue las reglas de la democracia. Si una mayoría afirma que 2 más 2 da 9, tendrán razón quienes sostengan que el resultado es 4, aunque estos fueran minoría. Masividad no es sinónimo de excelencia. Puede serlo o no. Que, en su momento, Palito Ortega vendiera muchísimos discos, no lo hizo dejar de desafinar, y de cantar, mayoritariamente, estupideces. Flaco favor nos hace a los santafesinos la Secretaría de Cultura de la provincia (y la de la ciudad no le va en zaga) con ciertas decisiones que consagran la superficialidad y la masividad por sobre el arte. Los Palmeras por sobre los excelentes cantautores que hay en Rosario,... El arte ayuda a pensar. Cuando un cerebro está vacío, se está más cerca de la condición animal, o sea de la violencia.                                                                            

En síntesis, quien sabe a qué se dedicaba Paul Gauguín, puede señalar las diferencias entre Bach y Vivaldi, decir el título de un libro escrito por Borges, y conoce qué instrumentos tocaban los rosarinos Ernesto Bitetti o Antonio Agri (si vive en una vivienda digna y puede conseguir un trabajo)  no empuñará un revólver para perpetrar una salidera, o entradera, o un robo a un taxi, o un arrebato. O sea, cero inseguridad y violencia.    
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Libros o balas. Esa es la cuestión.
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Son cuestiones estas que debemos priorizar en nuestras agendas. No se debe mirar para un costado ni pretender que la solución pasa por el número de policías. Para una buena limpieza, la solución no es barrer ladrones. Simplemente, nadie debería optar por el delito como modo de vida. No habiendo tierra no hace falta escoba. Y los políticos deben asumir el desafío de implementar planes que derroten a la violencia y a la inseguridad. Porque nos representan, porque lo que queremos es lógico, porque (y en esto sí rige la democracia) somos mayoría los que queremos convivir en paz y las minorías deben respetar los hábitos de las mayorías, no imponer los propios por la fuerza. Hay un "mientras tanto" y de eso también deben ocuparse los que gobiernan ciudad provincia y Nación. Y todos debemos entender que la convivencia obedece a un capítulo de ese libro llamado pacto social. Todos tenemos derecho a escribirlo y deber de respetarlo. Y, a todos aquellos que pretenden una solución ¡YA!, les podríamos pedir que, por un instante, hagan un mea culpa y piensen en todo lo que NO HICIERON hasta hoy, para que la situación haya llegado a un punto tan límite.

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