jueves, 12 de mayo de 2016

¿GOLPE DE ESTADO EN BRASIL?


SIN MODIFICACIONES, TRANSCRIBO LA ESCLARECEDORA NOTA DEL COLEGA BRUNO BIMBI

Juicio político a Dilma: ¿Es un golpe de estado?


TN








Guía práctica para entender qué está pasando en Brasil, sin hablar portugués
.


Antes de responder a la pregunta que le da título a esta columna, tratemos de traducir. No apenas del portugués al español, sino también de la política brasileña —una realidad totalmente extraña para la mayoría de los argentinos— a la criolla, que conocemos mejor. Quizás ayuda a entender.
Imaginemos que, en las elecciones presidenciales argentinas de 2015, Mauricio Macri hubiese llevado como vice no a Gabriela Michetti, sino a un aliado de otro partido; por ejemplo, Sergio Massa. En la segunda vuelta contra Daniel Scioli, la fórmula Macri-Massa se impone por 51,6% contra 48,3% (son los porcentajes de la última elección presidencial de Brasil, pero no difieren mucho de los números reales de Argentina, donde Cambiemos le ganó el ballotage al Frente para la Victoria por 51,3% contra 48,6%). Imaginemos ahora que Scioli y el kirchnerismo no aceptan ese resultado y, desde el día siguiente, deciden que, sea como sea, van a sacar a Macri del poder. Y saben que, entre kirchneristas y aliados, pueden tener mayoría en el Congreso.
Supongamos ahora que un viejo operador de la corrupción que siempre había actuado en las sombras y era poco conocido por la sociedad es electo presidente de la Cámara de Diputados por una rosca política en la que ni el kirchnerismo ni Cambiemos consiguen derrotarlo, armando una especie de interbloque propio con diputados de varios partidos a los que les consiguió contactos con “esas empresas a las que les interesa el país” para financiar sus campañas, pero poco tiempo después de la elección le descubren una serie de negocios ilegales por los que podría ir preso.

Al principio, para garantizar la gobernabilidad de la peor manera, mientras enfrenta una caída en su popularidad por el tarifazo y la inflación, Macri ordena a su tropa en el Congreso que defienda al diputado corrupto y Cristina manda un emisario para hablar con él y ofrecerle protección si juega de su lado, pero los escándalos comienzan a ser cada vez peores. Aparecen cuentas en Suiza con millones de dólares a nombre del presidente de la Cámara, arrepentidos que lo acusan de recibir coimas, documentos que lo prueban, empresas fantasmas, sobreprecios en contratos en los que tuvo intervención. Cada día se hace más insostenible, hasta que Macri le suelta la mano.
El titular de la cámara baja, que ya es una de las figuras más conocidas y más odiadas del país, recibe un pedido de juicio político contra Macri elaborado por un abogado vinculado al kirchnerismo, que decide aprovechar la caída del Presidente en las encuestas para empezar el “operativo retorno”. Como no hay pruebas de corrupción contra Macri, el pedido se basa en tecnicismos que la mayoría de la gente no entiende (maquillajes contables del déficit, algunos DNU con alteraciones de partidas presupuestarias; nada que todos los gobiernos anteriores no hayan hecho). El presidente de Diputados empieza a chantajear al gobierno y a negociar con la oposición, usando el juicio político como moneda de canje para que lo protejan de ir preso, mientras la justicia federal lo procesa por corrupción y lavado de dinero y pide su desafuero al Congreso, que él mismo se encarga de frenar usando todo tipo de chicanas reglamentarias que, como presidente, puede poner en práctica. 
Ahí entra en escena Massa, que soñaba con ser presidente, pero no tenía los votos, y que, en los últimos meses, cayó tanto en las encuestas que no llega ni al 3%. El vicepresidente se reúne con el titular del Congreso y dialoga en secreto con Cristina, hasta que llegan a un acuerdo. Juntando los votos del kirchnerismo, el massismo, algunos independientes y una parte del bloque de la UCR que está enojada porque quería más ministerios en el gobierno de Cambiemos, alcanza el número para destituir a Macri. El proceso de juicio político avanza en medio de todo tipo de violaciones a la Constitución, a las leyes y al reglamento interno de la Cámara de Diputados, cuyo presidente procesado hace lo que se le antoja. La Corte Suprema dice que no se puede meter porque es un tema interno del Poder Legislativo.
Sí, la Constitución prevé el juicio político. Sí, la oposición tiene los dos tercios de ambas cámaras. Hasta ahí, todo legal, aunque las desprolijidades cometidas en el proceso son bastante escandalosas y nadie entiende bien de qué se lo acusa a Macri y por qué lo destituyen. Sin embargo, como buena parte de la sociedad está enojada con él por la economía, Cambiemos está dividido y el kirchnerismo consigue movilizar gente en las calles a favor del juicio político, el oficialismo termina perdiendo la pulseada.
Finalmente, en una sesión escandalosa, con diputados dedicándole su voto “a mi mamá que me está mirando por televisión”, “a mi marido, Luis Barrionuevo, que siempre luchó contra la corrupción” o “a Ricardo Jaime, ejemplo de honestidad y transparencia”, el Congreso acaba destituyendo a Macri y Massa asume la presidencia. Su primera medida es nombrar a Cristina Kirchner como jefa de gabinete, Daniel Scioli como canciller y varios exfuncionarios K en distintos ministerios y secretarías, además de pagar con otros cargos a los sectores políticos que lo ayudaron a juntar los votos para el juicio político en Diputados y en el Senado, inclusive algunos radicales. Antes de asumir, presenta un nuevo programa de gobierno y un nuevo plan económico que es una copia del que había defendido Scioli en la campaña, es decir, el programa que fue derrotado en las urnas.
¿Tendrían derecho los simpatizantes del PRO de decir que es un golpe de Estado, aunque no haya tanques de guerra en las calles ni militares sublevados?
Eso es, más o menos, lo que está pasando en Brasil.
El autor de esta columna opina que Dilma Rousseff ha sido una pésima presidenta, pero fue votada por 54 millones de personas y ganó las elecciones con absoluta legitimidad. Los argumentos usados para sacarla del cargo son absurdos y todo el proceso fue dirigido por un gánster, un corrupto y chantajista llamado Eduardo Cunha, que la semana pasada fue destituido de la presidencia de la Cámara de Diputados por decisión unánime de la Corte Suprema. Está procesado por corrupción pasiva, lavado de dinero y evasión de divisas y hay pruebas de que tiene cuentas millonarias no declaradas en Suiza con dinero de la corrupción. La sesión de la Cámara de Diputados en la que se aprobó el inicio del impeachment fue un circo de horrores, con votos dedicados, inclusive, al coronel Brilhante Ustra, que es como decir, en Argentina, a Alfredo Astiz o al Tigre Acosta.
No hay tanques de guerra en la calle, ni militares sublevados, pero todos los nostálgicos de la dictadura están festejando el impeachment. Y el vicepresidente Temer, que asumirá en reemplazo de Rousseff no supera el 2% en las encuestas, jamás podría ganar una elección popular y le ofreció varios ministerios al partido del candidato que perdió el ballotage contra Dilma — sí, el mismo partido que perdió las elecciones presidenciales de 2002, 2006, 2010 y 2014 ahora llegará al gobierno.
La palabra “golpe” remite a tiempos muy sombríos y crueles, con censura, miedo, muertes, torturas y desaparecidos. Nada de eso va a ocurrir — o al menos eso espero — pero, más allá de la discusión semántica sobre qué nombre ponerle, lo que sucede no tiene ni un poquito de legitimidad democrática. Ni un poquito.
Una presidenta electa por el pueblo y que no cometió ningún delito (ni siquiera los que promueven el impeachment consiguieron acusarla de alguno) será derrocada por una conspiración de adversarios y ex aliados junto a un vicepresidente que está ofreciendo cargos en el Gobierno para conseguir los votos en el Senado, y es destituida sin motivos constitucionales, luego de un proceso lleno de irregularidades y escándalos conducido por un delincuente que está a punto de ir preso. Los que perdieron las elecciones pasarán a gobernar y los que las ganaron irán a la oposición sin que el pueblo lo decida.
Dilma Rousseff no me gusta. Nunca me gustó. Como periodista, he escrito artículos muy duros contra ella. En las últimas elecciones, hice campaña por otra candidata. La mayoría votó a Dilma y esas son las reglas del juego.
Yo creo en la democracia.
A esto que pasa podemos llamarle golpe, conspiración, asalto al poder, farsa o la palabra que quieran, pero democracia no es. Y eso me da miedo.
(*) El autor es corresponsal de Todo Noticias en Río de Janeiro.

1 comentario:

  1. Me encantaría comprender tu comentario. Si escribirlo en otro idioma no fue una broma, te pido que lo reenvíes en castellano

    ResponderBorrar

Comente, no sea tímido: