El plan es
perverso. Que nadie se engañe. En el gobierno de ningún país hay inocentes,
gente que no sabe lo que hace, tontos que se equivocan a cada rato. Hay más capaces y menos capaces, como entodos los ámbitos. Pero el rumbo del planeta no depende de la pericia de los gobernantes. No. El plan
es perverso.
Cualquier
libro serio de economía nos dice que el capital es el resultado del trabajo
acumulado. Por supuesto, ese libro “serio” oculta una parte de la verdad. En el
capitalismo, el capital suele ser el resultado del trabajo acumulado de los demás.
Lo menos
dañino sería que alguien, esforzándose en su trabajo, haciendo alguna hora
extra, capacitándose, obtenga un sueldo que supere holgadamente la canasta
familiar, de modo tal que pueda ahorrar. Que el dinero mantenga su valor, su
poder adquisitivo, así su ahorro no se desvanece. Que esos ahorros, sumados a
su experiencia de años, a su esfuerzo, a su capacitación, etc. le permitan
pasar de empleado a patrón. Y que, ya siendo patrón, piense en sus empleados
como seres humanos. Que no los explote. Que siga dedicándose horas a su
empresa. Y que su ganancia no supere en más de un 20% el ingreso de uno de sus
empleados, el que deberá ganar holgadamente más de lo que cuesta la canasta
familiar, de modo de, tras años de ahorro, pasar a tener su propio
emprendimiento. Y así, la cadena.
Francamente,
no creo que esta sea una situación ideal ni mucho menos. Sin embargo, pareciera
que estoy planteando un “país de las maravillas”. Porque la realidad es muy
otra. El empresario, generalmente, no hizo grandes méritos para tener su
empresa. En incontables ocasiones, la heredó. Y, su padre, su abuelo y su
bisabuelo, llegaron a hacerla crecer gracias a leyes que nunca contemplaron los
intereses de los trabajadores. En muchísimos casos (cuando la empresa es una
mega empresa, en todos los casos) el, o los dueños, no tienen ni idea de como
se produce lo que su empresa vende. No saben como funciona su cadena de
producción. Obviamente, nunca vieron cara a cara a ninguno de sus empleados. Son
señores de negocios. Especuladores. Amigos del poder político, o parte de él.
Tienen verdaderamente poco de empresarios o industriales. E, impregnados de las
peores costumbres que son moneda corriente en casi todo el mundo, hacen gala de
un pragmatismo que da náuseas.
Ese pragmatismo
es el que les hace ver a sus empleados como números, nunca como personas.
Entonces,
siendo, como son, formadores de precios, aumentan los precios de sus productos
sin otro motivo que no sea su propia ambición de enriquecerse más cada minuto.
Si el gobierno se lo permite, y hasta lo justifica, el plan es claro. Más inflación
es igual a menos ventas, pero iguales o mayores ganancias, ya que con la
inflación se gana más por cada unidad vendida. Además, los salarios los
aumentará mucho más tarde que el aumento de precios de sus productos, que
depende de su decisión y de un gobierno permisivo, nada más. Menos ventas
necesita menos producción. Menos producción necesita menos empleados. Menos empleados,
pragmatismo ya referido mediante, es despidos. Despidos, una vez superado el
tema indemnización, es menos carga social, menos sueldos, menos todo. Pero el
plan no termina allí. Esta es solo una variante. Hay más. Por ejemplo, la
reconversión. Alguien que fabrica decide cerrar la fábrica. Vende todo lo que
puede. Despide a todo el personal. Indemniza en cómodas cuotas. Pero no
desaparece del mundo de los negocios. Resulta que no quiere renegar con pedidos
de aumentos de sueldo, paritarias, paros, ausentismos, cargas sociales, etc.
Entonces, dado que su país está “abierto al mundo”, “integrado”, estudia el
mercado mundial, se fija en que países se explota más a los trabajadores, y es
allí que encuentra un lugar en el que se produzca lo que el antes fabricaba. Lo
importa. Contrata despachante de aduana, trasportistas, vendedores,
concesionarios, etc. (ninguno en relación de dependencia) y, debido a las
condiciones del mercado cambiario, acaba ganando más dinero que antes cuando
producía con su empresa. Por supuesto, para ello necesitará cien veces menos
personas que antes. Esto genera desocupación. Y, ¿a quién le sirve la
desocupación? Es sabido que en el capitalismo, todo, TODO, está sometido a la
oferta y la demanda. Hasta la muerte. También el trabajo. Menos oferta laboral
equivale a un trabajador menos exigente que preferirá no levantar demasiado su
voz en defensa de sus derechos por miedo a perder su trabajo. Respondo
entonces: La desocupación le conviene al pragmático hombre de negocios.
Todo esto va
consolidando y afianzando la siempre sólida posición de una clase social. La
clase alta, por supuesto. Esta clase social, dado su poder, decidirá el rumbo
de los países y, prácticamente, del mundo todo. Un pequeño y selecto grupo de personas (no más de mil) decide el
destino de los siete mil millones de humanos. Compra medios de comunicación para
manipular el cerebro de la gente, de modo tal que el pueblo vote al candidato político
que más les conviene. Si este candidato deja de convenirle por la causa que
fuere, vuelven a convencer a la gente y dan golpes parlamentarios o de mercado.
Inician guerras en las que nunca arriesgarán sus vidas, por supuesto. Son culpables
de la inseguridad pero viajan en autos blindados con custodia y viven en
barrios privados.
Pero la “etapa
superior” del plan no termina aquí. No. Es
peor aún.
Se han
decidido a tomar ellos directamente el poder. Ellos ocupando los espacios
políticos. Ellos, dándose obras públicas para sus propias
empresas o para las empresas de sus parientes o de sus amigos. Ellos endeudando
países a un ritmo vertiginoso para pagar gastos corrientes, caja chica, y poco
más. Colocando a los países en una casa de empeños de la que no podrán salir. Aumentando
salvajemente las tarifas de todos los servicios públicos. Servicios públicos
que están privatizados y son prestados por empresas amigas de ellos. Ellos
mintiendo con una sonrisa en la boca y buenos modales. Ellos diciendo que no
hay nada peor que los políticos. Ellos, escudados en el pensamiento perverso de
Fukujima, queriéndonos convencer de que las ideologías murieron. Ellos
omnipresentes, manejando la justicia de los países. Ellos, aprovechando todo lo
que les sea propicio, (televisión, fútbol, religión, cumbia, etc.) para ahuecar
el cerebro de la gente, de modo tal que esto les permita perpetuarse en el
poder y declarar con desparpajo, mientras la gente consume menos alimentos cada
día, que no descartan una reelección. Ellos produciendo desabastecimiento en
países enteros para generar el descontento popular y el malhumor social que les
permita llegar al poder al que no pudieron acceder por las urnas. Ellos sacando
presidentes con juicios políticos sin que el pueblo se los impida. Ellos, que
no tienen el más mínimo interés en cerrar la grieta, ya que esto supondría un
acercamiento con los pobres que no están dispuestos a tolerar, dado su racismo
social. Ellos, que si yo creyera en dios, diría que son peores que el diablo.
Ellos…
Hay
que ser hijo de puta!!!
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