martes, 1 de noviembre de 2016

EL PLAN ES PERVERSO

El plan es perverso. Que nadie se engañe. En el gobierno de ningún país hay inocentes, gente que no sabe lo que hace, tontos que se equivocan a cada rato. Hay más capaces y menos capaces, como entodos los ámbitos. Pero el rumbo del planeta no depende de la pericia de los gobernantes. No. El plan es perverso.
Cualquier libro serio de economía nos dice que el capital es el resultado del trabajo acumulado. Por supuesto, ese libro “serio” oculta una parte de la verdad. En el capitalismo, el capital suele ser el resultado del trabajo acumulado de los demás.
Lo menos dañino sería que alguien, esforzándose en su trabajo, haciendo alguna hora extra, capacitándose, obtenga un sueldo que supere holgadamente la canasta familiar, de modo tal que pueda ahorrar. Que el dinero mantenga su valor, su poder adquisitivo, así su ahorro no se desvanece. Que esos ahorros, sumados a su experiencia de años, a su esfuerzo, a su capacitación, etc. le permitan pasar de empleado a patrón. Y que, ya siendo patrón, piense en sus empleados como seres humanos. Que no los explote. Que siga dedicándose horas a su empresa. Y que su ganancia no supere en más de un 20% el ingreso de uno de sus empleados, el que deberá ganar holgadamente más de lo que cuesta la canasta familiar, de modo de, tras años de ahorro, pasar a tener su propio emprendimiento. Y así, la cadena.
Francamente, no creo que esta sea una situación ideal ni mucho menos. Sin embargo, pareciera que estoy planteando un “país de las maravillas”. Porque la realidad es muy otra. El empresario, generalmente, no hizo grandes méritos para tener su empresa. En incontables ocasiones, la heredó. Y, su padre, su abuelo y su bisabuelo, llegaron a hacerla crecer gracias a leyes que nunca contemplaron los intereses de los trabajadores. En muchísimos casos (cuando la empresa es una mega empresa, en todos los casos) el, o los dueños, no tienen ni idea de como se produce lo que su empresa vende. No saben como funciona su cadena de producción. Obviamente, nunca vieron cara a cara a ninguno de sus empleados. Son señores de negocios. Especuladores. Amigos del poder político, o parte de él. Tienen verdaderamente poco de empresarios o industriales. E, impregnados de las peores costumbres que son moneda corriente en casi todo el mundo, hacen gala de un pragmatismo que da náuseas.
Ese pragmatismo es el que les hace ver a sus empleados como números, nunca como personas.
Entonces, siendo, como son, formadores de precios, aumentan los precios de sus productos sin otro motivo que no sea su propia ambición de enriquecerse más cada minuto. Si el gobierno se lo permite, y hasta lo justifica, el plan es claro. Más inflación es igual a menos ventas, pero iguales o mayores ganancias, ya que con la inflación se gana más por cada unidad vendida. Además, los salarios los aumentará mucho más tarde que el aumento de precios de sus productos, que depende de su decisión y de un gobierno permisivo, nada más. Menos ventas necesita menos producción. Menos producción necesita menos empleados. Menos empleados, pragmatismo ya referido mediante, es despidos. Despidos, una vez superado el tema indemnización, es menos carga social, menos sueldos, menos todo. Pero el plan no termina allí. Esta es solo una variante. Hay más. Por ejemplo, la reconversión. Alguien que fabrica decide cerrar la fábrica. Vende todo lo que puede. Despide a todo el personal. Indemniza en cómodas cuotas. Pero no desaparece del mundo de los negocios. Resulta que no quiere renegar con pedidos de aumentos de sueldo, paritarias, paros, ausentismos, cargas sociales, etc. Entonces, dado que su país está “abierto al mundo”, “integrado”, estudia el mercado mundial, se fija en que países se explota más a los trabajadores, y es allí que encuentra un lugar en el que se produzca lo que el antes fabricaba. Lo importa. Contrata despachante de aduana, trasportistas, vendedores, concesionarios, etc. (ninguno en relación de dependencia) y, debido a las condiciones del mercado cambiario, acaba ganando más dinero que antes cuando producía con su empresa. Por supuesto, para ello necesitará cien veces menos personas que antes. Esto genera desocupación. Y, ¿a quién le sirve la desocupación? Es sabido que en el capitalismo, todo, TODO, está sometido a la oferta y la demanda. Hasta la muerte. También el trabajo. Menos oferta laboral equivale a un trabajador menos exigente que preferirá no levantar demasiado su voz en defensa de sus derechos por miedo a perder su trabajo. Respondo entonces: La desocupación le conviene al pragmático hombre de negocios.
Todo esto va consolidando y afianzando la siempre sólida posición de una clase social. La clase alta, por supuesto. Esta clase social, dado su poder, decidirá el rumbo de los países y, prácticamente, del mundo todo. Un pequeño y selecto grupo de personas (no más de mil) decide el destino de los siete mil millones de humanos. Compra medios de comunicación para manipular el cerebro de la gente, de modo tal que el pueblo vote al candidato político que más les conviene. Si este candidato deja de convenirle por la causa que fuere, vuelven a convencer a la gente y dan golpes parlamentarios o de mercado. Inician guerras en las que nunca arriesgarán sus vidas, por supuesto. Son culpables de la inseguridad pero viajan en autos blindados con custodia y viven en barrios privados.
Pero la “etapa superior” del plan no termina aquí. No. Es peor aún.
Se han decidido a tomar ellos directamente el poder. Ellos ocupando los espacios políticos. Ellos, dándose obras públicas para sus propias empresas o para las empresas de sus parientes o de sus amigos. Ellos endeudando países a un ritmo vertiginoso para pagar gastos corrientes, caja chica, y poco más. Colocando a los países en una casa de empeños de la que no podrán salir. Aumentando salvajemente las tarifas de todos los servicios públicos. Servicios públicos que están privatizados y son prestados por empresas amigas de ellos. Ellos mintiendo con una sonrisa en la boca y buenos modales. Ellos diciendo que no hay nada peor que los políticos. Ellos, escudados en el pensamiento perverso de Fukujima, queriéndonos convencer de que las ideologías murieron. Ellos omnipresentes, manejando la justicia de los países. Ellos, aprovechando todo lo que les sea propicio, (televisión, fútbol, religión, cumbia, etc.) para ahuecar el cerebro de la gente, de modo tal que esto les permita perpetuarse en el poder y declarar con desparpajo, mientras la gente consume menos alimentos cada día, que no descartan una reelección. Ellos produciendo desabastecimiento en países enteros para generar el descontento popular y el malhumor social que les permita llegar al poder al que no pudieron acceder por las urnas. Ellos sacando presidentes con juicios políticos sin que el pueblo se los impida. Ellos, que no tienen el más mínimo interés en cerrar la grieta, ya que esto supondría un acercamiento con los pobres que no están dispuestos a tolerar, dado su racismo social. Ellos, que si yo creyera en dios, diría que son peores que el diablo. Ellos…
Hay que ser hijo de puta!!!
 
 

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